Conocida también como Gloria Patri, esta es una de las plegarias más antiguas del cristianismo, en especial dentro de la tradición católica. Es una breve oración elevada para alabar y glorificar a Dios en sus tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Las oraciones han sido definidas como “la elevación del alma a Dios”, con miras a pedirle cosas apropiadas, explica la Enciclopedia Católica.
También “pueden ser vistas como comunicación y conversación con Dios o como diálogo con Dios. Entonces, una oración es la manifestación a Dios de nuestros deseos, ya sea respecto a nosotros mismos o a otros”.
Conocer su significado y la manera más apropiada de rezarla es una manera de mejorar la comunicación con Dios en cualquier circunstancia.

Cómo se reza el Gloria al Padre
En sus inicios, la comunidad cristiana sentía la necesidad de proclamar la gloria de Dios en sus tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Esta fórmula se consolidó como una doxología, es decir, una oración de alabanza dirigida a la Trinidad. Por eso, también se la conoce como “doxología menor”, para diferenciarla del Gloria in excelsis Deo o doxología mayor, que es más extensa y se utiliza principalmente en la liturgia eucarística.
Según resumen la agencia de noticias cristiana ACI Prensa, “Cada 11 de diciembre recordamos a San Dámaso I, trigésimo séptimo Papa de la Iglesia Católica. Su pontificado duró 18 años, desde el 1 de octubre de 366 al 11 de diciembre de 384. Se le conoce por haber sido un asiduo defensor de la Iglesia, en particular de la institución Papal. Fue promotor del culto a los mártires y quien introdujo la doxología trinitaria u oración del “Gloria” en la liturgia. "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.

El uso litúrgico del Gloria al Padre surgió como complemento al rezo de los salmos, donde se añadía al final de cada uno como reconocimiento de la acción trinitaria en la historia de la salvación.
Una oración con 1600 años de historia
Esta costumbre se consolidó especialmente en la Liturgia de las Horas y en otras oraciones comunitarias, como el Rosario. La Liturgia de las Horas se llama también oficio divino, y es parte de la liturgia y, como tal, constituye, con la Santa Misa, la plegaria pública y oficial de la Iglesia en cada día.
Según afirma el sitio especializado Catholic en un artículo, el oficio divino (Liturgia de las Horas) es el conjunto de oraciones (salmos, antífonas, himnos, oraciones, lecturas bíblicas y otras) que la Iglesia ha organizado para ser rezadas en determinadas horas de cada día. Y aunque los fieles no estén en el mismo espacio físico.
En la primera parte de esta breve oración, al decir “Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo”, el creyente reconoce la igualdad y unidad de las tres personas divinas y afirma que la gloria de Dios es eterna y permanece inmutable a lo largo de la historia.
La segunda parte, “como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”, subraya la eternidad de Dios y su presencia constante en la vida del mundo y de cada persona. Es un recordatorio de que la gloria de Dios no tiene principio ni fin, y que su acción salvadora se extiende a todas las generaciones.
Esta oración hunde sus raíces en los primeros siglos del cristianismo, probablemente en el siglo IV, y desde entonces ha sido adoptada por la Iglesia tanto en Oriente como en Occidente.
Su uso frecuente, en especial al final de los salmos, refuerza la dimensión comunitaria y trinitaria de la fe cristiana.

Cuando se reza el Gloria al Padre
Además de ser recitada al final de los salmos, también suele decirse al terminar cada misterio del Rosario, después del Padrenuestro y las tres Avemarías.
Durante la Misa y otras celebraciones litúrgicas, suele emplearse el Gloria mayor. Sin embargo, el Gloria al Padre se reserva para momentos de alabanza breve y en oraciones colectivas.

Por otra parte, muchos fieles lo incorporan al iniciar o terminar sus oraciones diarias, como acto de alabanza y reconocimiento de la Trinidad.
El secreto de esta, y de cualquier oración, consiste en recitarla con recogimiento, reconociendo la presencia de Dios en la vida. Puede incorporarse en las oraciones matutinas, vespertinas o en cualquier momento de agradecimiento o alabanza.
La versión más conocida de esta breve pero sentida oración es la siguiente:
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
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