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      Javier Serena y el nuevo boom hispanoamericano

      • Proliferan las ferias y encuentros en los que autores de las distintas orillas se juntan en el eje transnacional de la lengua española.
      • El aporte de la revista Cuadernos Hispanoamericanos y un diálogo con su actual director.

      Fidel Sclavo

      Hubo una época, entre el olvido y la mezquindad, en que la literatura de la lengua española que se habla y se escribe en España sintió que en la Península ya sólo cabía el castellano escrito por españoles. Fue fugaz, pero tuvo efecto. Ahora hay un nuevo boom, que aun no tiene nombre, al que pertenecen a la vez latinoamericanos y españoles. Son jóvenes o veteranos, pero ya son legión y se encuentran en todas partes, también en las estanterías de América y España. Se llevan bien, y se cartean o se encuentran como si fueran de un solo país, el de la lengua común.

      A este nuevo boom pertenecen escritores que cultivan los acentos más diversos, basados en la lengua que comparten. Son como aquellos que en los años 60 del siglo pasado se carteaban para comentarse sus libros respectivos, para recomendarse entre ellos y para elogiarse. Los de ahora se ven, en ferias y en otros saraos, y se cartean por internet.

      Duró poco aquella manía de los años 80 del siglo XX, cuando España quiso dejar a un lado el boom. Eso duró poco, ya digo, pero afectó incluso a escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Julio Cortázar, que parecieron vivir un interludio que mucho más que un paréntesis parecía un desdén. Cortázar, por ejemplo, muerto en 1984, tuvo sus libros en un almacén madrileño hasta que pasó el purgatorio y empezó a fluir de nuevo ese desafío en la península.

      Ahora proliferan las ferias y los encuentros en que, definitivamente, los autores de las distintas orillas se juntan en el eje transnacional de la lengua. Durante aquellos tiempos de sequía hubo, de todos modos, una excepción internacional, la existencia de la revista Cuadernos Hispanoamericanos, que nació en los años 60 en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid y tuvo al frente, sucesivamente, a poetas como Félix Grande o Luis Rosales, el primero de los cuales resaltó siempre a figuras como Julio Cortázar, Juan Carlos Onetti, Octavio Paz o Ernesto Sábato, habituales de la revista y de las actividades del citado Instituto.

      Tanto ellos como sucesores suyos hicieron de esa revista un lugar de acogida de la literatura de las dos orillas. En este tiempo de ida y vuelta de las literaturas hispanas en que no hay mes sin intercambio, Cuadernos Hispanoamericanos sigue siendo el símbolo de esos encuentros que ya no tienen más fronteras que las que se pongan los invitados a viajar.

      Un símbolo presente de ese abrazo universal de la lengua es ahora un joven autor, Javier Serena, navarro de origen, de 41 años y de corazón latinoamericano, que dirige esa revista que en un tiempo fue estandarte de los grandes del boom y que hoy es el lugar escrito en el que confluyen de manera más abundante los que crean su obra en la lengua de todos ellos.

      A él se le debe, pues, en gran parte, el final de una anomalía. Javier Serena es, además, un autor que viaja a esas zonas habituales del intercambio internacional de este nuevo boom en español, tanto de jóvenes como de veteranos. Autor de varias novelas (Atila, Últimas palabras en la Tierra….), publica ahora con Almadía (editorial mexicana instalada también en España) Apuntes para una despedida. Con él quise hablar cuando Serena estaba en el estribo para encontrarse, en Guatemala, con Sergio Ramírez y con sus convidados de Centroamérica Cuenta, capital itinerante de los herederos del boom.

      Para Javier Serena “la literatura latinoamericana siempre fue fundamental, tanto que yo no la distingo de la española. Hacer de eso una frontera siempre me pareció una cosa confusa… Uno se hace lector cuando se entusiasma con algún autor, y a los dieciocho años yo era ya seguidor de aquellos autores del boom… Ese fue el veneno que se me inyectó. Desde entonces busqué, y encontré, en la literatura latinoamericana un mayor atrevimiento, mayor alegría del lenguaje, tanto en las formas como en los mundos y en los paisajes. Ahí encontré la poesía que hay dentro de la prosa”.

      “Desde América nos llegó”, dice Serena, “un gusto mayor por el lenguaje y por una novela menos convencional, de modo que hemos recibido desde ahí una literatura más experimental… Creo que eso les ha dado a los latinoamericanos, autores y editores, libertad y atrevimiento, en la escritura y en su difusión. Tienen formas, artefactos de novelas distintos, que les permite, además, ir a formatos más breves para los libros. Yo mismo me valgo de este hallazgo, y en concreto en la novela que ahora publico, Apuntes para una despedida, disfruto del gusto por la novela breve, que tienen distinguidos autores, como Onetti, Bioy Casares, Felisberto Hernández, Juan Rulfo o César Aira, ejemplares en el uso de la brevedad, una concisión que me gusta”.

      El boom, dice Serena, “dejó una huella muy fuerte y ese reencuentro está ahí. Hay plataformas, festivales, ferias, viajes de ida y vuelta, editoriales, voluntad, en fin, de contaminarse. Es la literatura que más me interesa y la que inevitablemente más me influye”. Él cita nombres propios que ahora, como en aquella era del boom, son transnacionales bien arraigados en la esencia del lenguaje de cada uno de sus países. Esos nombres propios que dice Serena son, entre otros, Camila Sosa, Alejandro Zambra, Selva Almada… Todos ellos, en América, pero también en España, “mezclan muy bien la vida con la literatura. Es una literatura profundamente libre, fuera de los imperativos del mercado”.

      La relación que él mismo tiene ahora con las literaturas latinoamericanas tiene su consecuencia en su propia escritura. Aquellos que escriben allá (o acá, ya no hay límites en la ubicación de los autores de las dos orillas) “están por esa búsqueda personal, un poco incierta y azarosa, en la que creo que yo también me sitúo”.

      Apuntes para una despedida es “una carta más que una novela” pero es ambas cosas, y es un grito que quiere romper la soledad a la que llega el protagonista cuando la joven con la que convive decide dejarlo “en la soledad completa”. Esa soledad es un temblor que fue de dos que ya eran “solos por separados y también solos juntos en una ciudad muy grande en la que no parece que no hay nadie y hay muchísima gente”.

      Es, en cierto modo, la historia de una ciudad en la que Javier Serena dibuja la tensión de dos que ya no cabalgan juntos, pero que no saben por qué no podrían compartir, al menos, la soledad. “Acaba”, dice Serena, “en un borrado del pasado, que es de lo más cruel que puede pasar, un pedazo de tu memoria que no puedes atar con tu vida, que queda ahí flotando”.

      Acechada por una violenta ruptura de los jóvenes amantes, Apuntes para una despedida aparenta el aire de una dramática autobiografía en la que el estupor de la juventud pierde el amor, y hasta el porvenir. Es un ambiente que parece de ficción, aunque está atravesado por una música que ronda el suicidio. En una entrevista que le hicieron para hablar de su libro, Javier Serena posa en el espacio verde de la revista tan rabiosamente hispanoamericana que dirige, y en la que se aprecia tanta historia del boom viejo y del que parece que viene.

      Mientras escribí esta reseña no dejé de pensar en ese espacio tan latinoamericano de Madrid donde se juntaban Onetti y Sábato, por ejemplo, para buscar el espacio español que tanto marcó, para ellos, para otros, sus estancias madrileñas.


      Sobre la firma

      Juan Cruz
      Juan Cruz

      Especial para Clarín

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