Donald Trump se describe como un “genio” y “muy estable”, le añade quizá para amortiguar el impacto de semejante proclama. La realidad, sin embargo, se encapricha en desmentir ambos supuestos. Acaba de sufrir un desengaño radical de su proclamada capacidad para controlar el autócrata ruso Vladimir Putin que ignora cualquier opción para la guerra que excluya la rendición de Ucrania.
Y hasta debió soportar que Moscú, casi con ironía, subestimara a niveles de una rabieta “emocional” su protesta por la ferocidad de los bombardeos sobre el país europeo. "Ser realista y no hacerse ilusiones", dicen desde la cancillería de Moscú.
Hace unas pocas horas, el rey británico Charles III le sumó otro desplante. En un gesto sin precedentes en 48 años, el monarca inauguró las sesiones del Parlamento canadiense con un discurso en el que advirtió que “el mundo nunca ha sido tan peligroso ni tan incierto desde la Segunda Guerra”.
Solidario, agregó que Canadá “enfrenta desafíos sin precedentes en nuestras vidas” por la presión del magnate, que le niega a ese país el derecho a existir como una república independiente. Al igual que Vladimir Putin con Ucrania.
Casi al mismo tiempo, el drama de Oriente Medio agregó un nuevo traspié. El enviado especial de Trump, quedó enredado en una propuesta de tregua negociada con Hamas para cesar el conflicto, pero que fue remendada sobre la horaa para que la avale Israel, eliminando toda seguridad de que cancelará la guerra. El proposito era mostrar avances de algun modo.

Nada es sencillo.El magnate debió llamar a Benjamín Netanyahu para exigirle que no ataque las instalaciones nucleares de Irán, lo que desbarataría el diálogo que EE.UU. lleva adelante con Teherán, posiblemente el único trámite que podría brindarle una caricia real al sobreestimado perfil negociador del líder norteamericano.
Conviene observar ese escenario porque no extrañaría que desemboque en lo contrario a lo que pretende Trump. Israel busca un golpe importante para apagar lo que parece ya el cuestionamiento más grave de la dirigencia mundial a la ofensiva en Gaza y a sus reales intenciones de anexión territorial y salvavidas del gobierno.
Las graves debilidades
En junio, adicionalmente, Francia encabezará una cumbre en la ONU en la cual ese país reconocería al Estado Palestino. Un movimiento que expondría aun más a los ultras de Israel y que puede involucrar a otras potencias del Norte mundial hastiadas del incómodo e inclemente Netanyahu .
EE.UU. busca ordenar ese tablero, pero lo excede. Experimenta una aguda pérdida de la capacidad de incidencia y reputación, que agrava su peculiar y errático manejo de la economía planetaria y, aún más impactante, la ofensiva implacable lanzada contra la educación superior. El ataque contra Harvard ha asombrado de tal modo que la primera dama debió salir a desmentir las versiones de que el presidente actúa de este modo disgustado porque esa universidad habría rechazado a su hijo Baron.
Como fuere, lo cierto es que esta controversia desnuda un menosprecio a la ciencia y a la Academia desde el corazón del poder. El ataque a la mayor universidad norteamericana, la única en la lista de la diez principales de investigación en el mundo (las otras son chinas), aparece como la cúspide de un modelo que regresa para despreciar la ilustración, sugestivamente un movimiento que nace en el siglo XVIII como reacción al oscurantismo y el absolutismo.
Debería sorprender que cuatro siglos después de que la inquisición cargara contra Giordano Bruno, Copérnico o Galileo, la generación con mayor a la información y un asombroso avance científico retroceda a estos abismos medievales.

Alcanza recordar que Trump en su primer mandato recomendó lavandina para curar el Covid, sigue negando el cambio climático y reclutó a un ministro de Salud que repudia las vacunas y lidia sin esas armas con un grave brote de sarampión, enfermedad que se suponía extinguida en EE.UU. Es la celebración de la ignorancia y la intolerancia, como en aquel pasado con la inquisición y sus fanatismos y hogueras.
En ese derrotero, que solo mira el espejo retrovisor, aparece la presión contra cualquier mirada disidente, la búsqueda de imponer un discurso único, acorralando a los medios independientes y hasta prescribir una profilaxis intelectual sobre los extranjeros que puedan residir en el país.
La síntesis es un clima de miedo de fuerte perfil xenófobo que recuerda fenómenos como el stalinismo y que hace que los migrantes, y ahora también los estudiantes, teman ser arrestados por grupos de tareas cuando salen de sus casas porque no son nativos estadounidenses o incluso estadounidenses, pero con un raro nombre latino, árabe o un tatuaje inconveniente.
El maltrato a Harvard es significativo, pero suman siete las universidades en el blanco de la represión gubernamental, castigadas con reducción de sus presupuestos bajo el pretexto de haber permitido protestas contra la guerra en Gaza que el trumpismo traduce como acciones antisemitas y wokismo. Analistas que no logran comprenden el sentido de todo esto, le imaginan alguna pata política y recuerdan que estos institutos están en Estados o en el Distrito Federal, que votaron por los demócratas en 2024.
El desgaste de la imagen norteamericana hacia afuera, también golpea hacia adentro. Lo han planteado legisladores republicanos que resisten la expulsión de migrantes venezolanos que escaparon de su dictadura, o que se inquietan con el polémico presupuesto defendido por Trump que aprobó Diputados y espera el aval del Senado.
Ese proyecto reduce los impuestos de los sectores de mayor poder económico y dispara el ya muy abultado déficit fiscal del país a entre 3,5 o 4 billones de dólares (millones de millones) la próxima década. Esas cifras llevaron a Moody’s a bajar la calificación de EE.UU. y generó una preocupación de magnitud tal en el establishment que hasta el multimillonario Elon Musk, parte central de ese sector, denunció el “proyecto gastador” y renunció a su cargo en el gobierno.
La inverosímil batalla arancelaria
Es un escenario contaminado ya por la inverosímil batalla arancelaria proteccionista del gobierno que asume como robo los déficits comerciales. Un oscurantismo también ahí que se ilusiona con debilitar el dólar, porque la fortaleza de la moneda complicaría la economía, poniendo así en tela de juicio tres décadas de ortodoxia del Tesoro norteamericano. “Uno pensaría que estaría encantado con nuestro dólar tan fuerte, no lo estoy, socava la industria”, ha dicho Trump.
Lo va logrando. El valor de la moneda frente a otras divisas ha caído ya un 9% desde la investidura del magnate. Gita Gopinath, subdirectora del FMI, advierte que una caída de 10% del dólar añade entre 0,4 y 0,7 puntos porcentuales a los precios al consumo en EE.UU. Eso es inflación. Agregue a la receta los aranceles.
Hay otra incidencia en ese panorama. Para aliviar el quebranto fiscal que producirá el Presupuesto se incluyen recortes significativos en el gasto federal, esencialmente en el programa Medicaid, el seguro de salud extendido instaurado por el gobierno del demócrata Barack Obama y del cual dependen más de 70 millones de estadounidenses de bajos ingresos. Un proyecto devastador para la clase media, alertan los demócratas. Una opinión que entre los republicanos también late porque temen que se lo facturen las urnas de las elecciones intermedias.
Esta bomba social en ciernes explica también el propósito del clima de terror instaurado por el gobierno. En Representantes la norma ganó por solo un voto aportado por los legisladores del Estado de Florida a quienes se les concedió la salida de la petrolera Chevron de Venezuela, cuya permanencia, ahora frustrada, habría sido la moneda de cambio para la liberación de los opositores refugiados en la Embajada argentina en Caracas o, antes, la de los norteamericanos presos de la dictadura.
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