Durante buena parte de la historia del cristianismo, la figura del Papa no siempre estuvo exenta de conflictos. Hubo épocas en las que dos personas aseguraban ser el verdadero líder de la Iglesia Católica. Uno con la legitimidad oficial del cónclave; el otro, sostenido por facciones enfrentadas al poder de Roma. Estos segundos eran conocidos como antipapas, y no eran simples impostores: tenían respaldo político, eclesiástico e incluso popular.
Este fenómeno, que se dio entre los siglos III y XV, fue una de las expresiones más claras de las internas dentro de la Iglesia. En plena puja por el control espiritual y también político, los antipapas fueron la cara visible de rupturas profundas. Representaban a sectores que no reconocían al Papa en funciones y que buscaban imponer su propia autoridad dentro de la Institución.
Qué eran los antipapas y por qué surgieron
El término “antipapa” viene del latín y se refiere a quien reclama para sí el papado mientras otro ya ocupa oficialmente ese lugar. Según la Enciclopedia Britannica, existieron cerca de 40 casos en la historia. Estos personajes no surgieron por capricho: detrás de ellos solía haber emperadores, nobles, e incluso cardenales que buscaban forzar cambios o imponer su influencia sobre Roma.
Para Leandro Duarte Rust, historiador especializado en el papado medieval, el fenómeno de los antipapas es clave para entender cómo funcionaba el poder eclesiástico en los primeros siglos.
“El antipapa solía ser elegido de forma irregular, muchas veces tras disputas o deposiciones dudosas del Papa anterior”, explica en su investigación. La división que provocaban era tal que a menudo se hablaba de cismas, y se los tildaba de “falsos pontífices” o “pseudopapas”.

El último antipapa de la historia
Aunque hoy suene lejano, el problema de los antipapas no se resolvió hasta mediados del siglo XV. El último de ellos fue Félix V, originalmente conocido como Amadeo VIII, quien asumió como antipapa entre 1439 y 1449 tras una decisión del Concilio de Basilea.
Su mandato duró diez años, hasta que las presiones de las coronas de Francia, Inglaterra y Sicilia lo obligaron a renunciar. Luego fue “reintegrado” como cardenal, cerrando así una etapa llena de turbulencias.

Uno de los momentos más críticos ocurrió durante el Cisma de Occidente, entre 1378 y 1417. En ese período, el liderazgo de la Iglesia estuvo completamente dividido. Roma tenía su Papa, pero Aviñón, en el sur de Francia, también. Durante un tiempo, incluso llegó a haber tres papas simultáneos. Cada uno con sus propios seguidores, su equipo de cardenales y su aparato istrativo.
Fue una verdadera crisis de legitimidad que solo se resolvió décadas después, con un acuerdo que buscó restaurar la unidad.
Mirá también
Newsletter Clarín
Recibí en tu email todas las noticias, coberturas, historias y análisis de la mano de nuestros periodistas especializados
QUIERO RECIBIRLO