El contrato es virtual y silencioso. Uno se sienta en alguna de esas butacas y todo vale: a lo largo de poco más de una hora no hay cancelaciones ni pedido de disculpas, ni discreción. Hay canilla libre para reírse de todo. Y con todos. En tiempos en los que la mayoría se mide a la hora de hacer un chiste o se construye forzadamente una teoría alrededor de una broma, cuatro actores sobre un escenario le dan rienda suelta a un humor que se hacía extrañar. Una navidad de mierda no tiene otra pretensión, se intuye, que hacer alta comedia. Y, este caso, comedia debería ir con mayúsculas.
Como si fuera un cariñoso tributo al gran Darío Vittori -un arquitecto impecable de la telecomedia efectiva en los entrañables '80 especialmente, en la que todo ocurría en un solo ambiente, con gente que entraba y salía-, la obra que encabeza Verónica Llinás en el teatro Premier encuentra desde lo simple lo más complejo: lograr que toda la sala -toda-, al menos en su función de prensa e invitados, se sacudiera en un collar de carcajadas.
Había atmósfera -y seguramente se repetirá casi todas las noches- a cosa liberadora, a un permitido para celebrar palabras y reacciones que ahora están consideradas como políticamente incorrectas. Pero a oscuras, se sabe, hasta los más pacatos se animan a ser un poco políticamente incorrectos.
La pieza dirigida por Llinás y Peto Menahem no se propone ser el festival del chiste, pero nadie para de reírse, ni aún en los momentos en los que pareciera que el texto vira hacia la reflexión. Enseguida el GPS sigue viaje por el carril de la gracia garantizada, con algunos toques delirantes, algún matiz disparatado y un cuentito redondo.

Producida por Gustavo Yankelevich, no es una obra que al salir invite al debate sesudo sobre el perfil de los personajes, sus manchas y sus diálogos profundos. Y lo bien que hace: "Hacer humor -decía el enorme e inolvidable Alfredo Alcón- no es para cualquiera". Y este cuarteto que completan Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi no es un elenco cualquiera. Son cuatro que juegan en equipo, todos a lo mismo, y con un capitana que lleva recorrida -ida y vuelta- toda la ruta del humor, desde las Gambas al ajillo hasta acá. Del under y la provocación, o la insolencia, o la rebeldía, al bocadillo que te tienta de inmediato.
Escrita por el dramaturgo español Markos Goikolea Unzalu, la pieza transcurre en una noche, una Nochebuena no tan buena, precisamente. La escenografía muestra el arbolito navideño, un living, un portero eléctrico, sillones, mesa, otros muebles pequeños, simpleza y un retrato familiar con un marco que oficia de disparador narrativo. Más de uno vuelve al cuadro para ver qué fue de la vieja calvicie del padre, o de la supuesta unión de esa familia tipo, o por qué la necesidad de la contundencia de eso que, más que decorativo, parece una bandera marcando un territorio para la mirada ajena (¿habrá mirada ajena?).
En esa casa están el matrimonio que integran Blanca (Llinás) e Ignacio (García Pintos) junto a su hijo, Martín (Fonzi), listos para recibir a Elena (Gutiérrez), la hija de ellos a la que no ven hace tres años, radicada en Londres y en pareja con una mujer irlandesa. Los dueños de casa ensayan una coreo y un hilván de frases con las que intentarán disimular sus prejuicios. Pero eso de jugar a ser gente de "mente abierta" no les sale ni de casualidad. Suena el portero, llegan Elena y Cindy. ¿Llega Cindy? Elena dice que sí, pero ni sus padres, ni su hermano ni el público la ve. ¿Para qué contar más?

A partir de ahí, de esa presencia -¿será como dice El principito, que lo esencial es invisible?- incomprobable, la trama permite que cada uno de los de ese clan se pase viejas facturas, desentierre secretos contra su voluntad, deje a la luz sus zonas más oscuras, no pueda controlar sus miserias, sus miedos, sus fracasos y sus frustraciones. Y, de a ratos, le entreabra, también, la puerta a ese amor que finalmente desempolva vínculos incondicionales.
Pero ni siquiera en los momentos en los que todos ponen -conceptualmente y a la fuerza- sus cartas marcadas sobre la mesa uno deja de reírse. Es imposible parar. Hay mucho en el texto que busca eso, y hay todo en las sólidas actuaciones y la dirección que lo provocan.

Llinás tracciona con ese talento que la volvió imprescindible para la comedia, y García Pintos, Fonzi y Anita Gutiérrez -con años de recorrido en la TV y en el teatro, y que aquí pega el gran salto para que la descubran masivamente- no le pierden pisada. Si fuera un partido de potrero (de cuatro en cancha), no dejarían de tirar paredes, con toquecitos, lujos, diversión y goleada. Con pelota dominada, sin necesidad de firuletes y con juego bonito. Y la hinchada celebraría, como celebran ahora de pie, para dar las gracias por la gracia.
Ficha
Una Navidad de mierda
Calificación: Muy buena
Comedia Protagonistas: Verónica Llinás, Alejo García Pintos, Anita Gutiérrez y Tomás Fonzi Autor: Markos Goikolea Unzalu Dirección: Verónica Llinás y Peto Menahem Escenografía: Alberto Negrín Producción: RGB Entertainment Funciones: de jueves a domingo (dos los sábados) en el teatro Premier (Corrientes 1565).
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