Hubo varias épocas en las que Buenos Aires se convirtió en el faro de muchos europeos que buscaban un futuro mejor, y desde los lugares más remotos se aventuraban a la Reina del Plata a "hacer la América". Un fenómeno que entre 1870 y 1914 puso a sonar nuevas músicas en Buenos Aires, que crearían parte de la nueva identidad porteña y que Gabriel Vinker eligió explorar y rescatar.
De esa búsqueda nació Belle Époque, una colección de nueve piezas inspiradas en esa mezcla de sonidos que acompañaba la construcción de una enorme vecindad en la que propios y extraños protagonizaban ese largo camino a veces más y a veces menos inconcluso de la convivencia, nutrido por lenguas extrañas que se confundían con el español local en busca de un denominador común.
Y en ese armónico y no tan armónico devenir, los ritmos marcaron tanto como derribaron límites y fronteras imaginarias en una mezcla en la que el pianista, de 33 años, buceó para encontrar la inspiración de su trabajo, disponible en las plataformas digitales y a la espera de su presentación.
La música que llegó de los barcos
"Esa mescolanza de estilos es lo que refleja la Belle Époque, por lo menos en la Argentina, donde convivían distintas colectividades. La llegada de una gran cantidad de inmigrantes hacía a una gran diversidad cultural que forma una parte importante de nuestra identidad como argentinos", apunta Vinker, quien acredita una formación académica que convive con un gusto musical de amplio rango.
En ese marco se combina su tarea como eventual acompañante de óperas con su interés por el rock, el jazz y otros estilos de la música llamada popular. "Llegué a tener una banda de música griega. Y todo eso, a veces hace ebullición en la cabeza. Y si bien no he cursado estudios formales de composición, fui juntando distintos esbozos. algunos de los cuales llegué a grabar en casete", cuenta.
-Para la edad que tenés, eso tiene que haber sido cuando tenías 13 o 14 años.
-Claro. Más o menos. Luego, hace unos 8 o 9 años los digitalicé y los fui pasando en limpio. Hasta que me quedaron unos 200 o 300 manuscritos, esbozos de algunos pocos compases unos y de algunas carillas otros, que cuando retomé cuando apareció la pandemia, que a más de uno nos obligó a repensar un montón de cosas.
-¿Quiere decir que el encierro te jugó a favor?
-La pandemia nos dio una pausa que para mí en el principio fue un baldazo de agua fría. Venía de hacer una producción de Mozart en Chile, llegué acá y me di con la nada misma. Esta idea del disco venía floreciendo desde hace tiempo pero nunca me sentaba en la silla para poner manos a la obra.

Finalmente, en 2020, junto con mi profesor de piano, Juan Pablo Santocono, elegí 11 de esos esbozos. El título ya lo tenía pensado, porque siempre me gusta esa estética. Y todas las piezas que quedaron tienen algún elemento representativo de la música que se escuchaba entonces. Está presente todo el tiempo. Esa diversidad de gustos resultó en un elemento unificador.
Un proceso de años en 35 minutos
-Y trabajaste a partir de ese material acumulado.
-Sí. Así se fueron conformando 11 piezas, que luego confluyeron como una obra sola. Belle Époque es una suite para piano, que alguna vez me gustaría estrenar en versión de cuarteto de cuerdas o con una formación de piano y orquesta.
-En aquel tiempo, había elementos que actuaban como conectores entre gente muy distinta: italiano y judíos, ucranianos y españoles, turcos y polacos... ¿Cómo se hace para reflejar esa conexión en el plano de músicas que también son muy distintas">