—Mozo, café para los que están haciendo la fila —dijo Mario Brodersohn, presidente del Banco Nacional de Desarrollo y miembro del equipo económico del gobierno de Alfonsín.
Era miércoles 19 de junio de 1985. Los tres días hábiles anteriores habían sido feriados bancarios: viernes, lunes y martes. El Gobierno había anunciado un cambio de la moneda y el congelamiento de las tarifas, entre otras medidas. Nacía así el Plan Austral, el primer intento de estabilización económica desde el retorno de la democracia.
El público se había preocupado por la suerte de su dinero. Fue a los bancos a averiguar por sus ahorros, al mejor estilo final de la película Nueva Reinas, todas las personas ahí juntas apiñadas, con la ñata contra el vidrio, como dice el tango, ahí en 25 de Mayo entre Bartolomé Mitre y Cangallo (hoy Juan Domingo Perón).
A cuadras de ahí, en el Ministerio de Economía, había preocupación entre los integrantes del equipo económico. Sus dudas eran dos.
Primero, que la inflación no bajara rápidamente como habían pensado quienes elaboraron el plan. La inflación mensual venía en torno al 30%. Segundo, había miedo de que la gente fuera a los bancos a retirar sus depósitos.
Esto último se desactivó rápido.
Cuando Brodersohn llegó a la puerta y vio una cuadra de fila en la puerta del edificio se asustó. «¡Sonamos!», dijo en voz alta. Se hizo pasar por alguien del público aprovechando que aún no era tan conocido (pronto sería designado secretario de Hacienda). Brodersohn no solo era el presidente del banco sino que había tenido un rol clave en las negociaciones con el FMI y Estados Unidos en las semanas previas antes de lanzar el nuevo programa.
—Che, qué quilombo con esto, ¿no? —dijo al boleo auscultando el sentimiento de las personas en la fila—. ¿Qué hacemos?
Uno le respondió:
—Voy a averiguar qué dicen sobre el cambio de moneda, pero creo que dejo el dinero.
—Yo también —saltó una mujer detrás.
El economista siguió preguntando en la fila. Obtuvo varias respuestas así. Sin más que la evidencia anecdótica, concluyó que las personas habían ido para averiguar y no para retirar sus depósitos. Fue su experimento no en base a un censo sino una muestra microscópica.

Brodersohn entró y fue al refectorio del banco. «¡Café para todos los de la cola!», ordenó. Luego se dirigió a su oficina. Llamó al Ministerio de Economía. «Juan, va todo espectacular, está todo bien.» Juan era Sourrouille, el ministro de Economía. Su jefe.
El lanzamiento del Plan Austral tenía demasiadas incógnitas. Un primer test era, precisamente, con los bancos. Al día siguiente de la primera jornada en la que volvieron a abrir las entidades financieras, Clarín tituló «el 80% de la gente renovó sus depósitos y la Bolsa subió 15% tras el feriado del viernes y el lunes».
Quedaba despejar el otro temor del equipo económico. Quizás el principal de los economistas. Y de los políticos: que la inflación no cediese rápidamente. La Argentina venía perdiendo la carrera de la inflación de manera nítida y hacía que el proyecto político de Alfonsín perdiera apoyo: la inflación en 1984 había sido más alta que en 1982 y 1983. ¿No era que con la democracia se vivía mejor? Encima en octubre había elecciones. Y hacía meses habían comenzado los juicios a los militares.
La gestión del Plan Austral comenzó en febrero con la visita de Alfonsín a Ronald Reagan a la Casa Blanca. Fue apoyo político total de Washington a un país líder en la apertura democrática.
Luego llegó el trabajo técnico que demoró hasta junio. El viernes el Ministerio de Economía anunció formalmente, a través de un comunicado de doce líneas, un arreglo con el FMI, un entendimiento con los bancos acreedores y activas gestiones ante Estados Unidos para obtener un crédito puente.
Faltando cinco días para lanzar el plan verdadero, el equipo económico comunicó una devaluación de 18% y una suba del precio de los combustibles de 15%.
Ámbito Financiero anticipó el plan el jueves 13 de junio. «Posiblemente sea uno de los planes económicos más audaces y duros que hayan regido en Occidente desde la Segunda Guerra Mundial, a tal extremo que sus creadores se han inspirado mucho en las reformas monetarias alemanas de 1923 y 1948».
En esos días hubo que cerrar detalles de la impresión de los australes, definir pautas para modificar los contratos, las deudas (¿qué pasa con las deudas y acreencias cuando hay desinflación brusca?), normas para los bancos y cuestiones legales. Los feriados bancarios y cambiarios de los días viernes, lunes y martes sirvieron para adelantar parte de ese trabajo.
El Austral mató la inflación. Al menos en 1985 (el final es conocido). La tasa mensual pasó de 30,5% a 6,2%, luego a 3,1% y así. En octubre fue 1,9%. Alfonsín ganó la legislativa con más holgura que la presidencial de 1983.
Al día siguiente del triunfo del oficialismo, el Premio Nobel Franco Modigliani aterrizó en Ezeiza diciendo «vine para interiorizarme sobre el milagro argentino y para apreciar cómo se aplica el Plan Austral, cuyo éxito interesa a todo el mundo». Israel pronto aplicaría un programa similar. David Mulford, representante del Tesoro, arribó horas más tarde diciendo: «Se trata del más firme esfuerzo de estabilización realizado por un gobierno argentino en los últimos quince años».w
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